La noción correcta y “reglamentaria” de parranda Vallenata se ajusta específicamente al caso de un numeroso grupo de amigos, sobre todo hombres pero que no excluye a la mujer, reunidos por lo general bajo la sombra de un frondoso árbol en el patio de una casa, o en ocasiones en el interior de la misma cuando llena ciertas condiciones de espacio para divertirse al ritmo de la música típica, intercalada con otras joyas del folclor como chistes, anécdotas, relatos, etc.
Sabrá así todo buen parrandero Vallenato que no puede, al sentarse darle la espalda a nadie; que en una parranda no se baila aunque los coqueteos de una mujer y el contagio de la música lo hagan morir de ganas; que al llegar el amigo se le recibe con un fuerte abrazo; que es un grave delito hablar mientras el acordeonero ejecuta sus notas, y así sucesivamente hasta conformar, sin que se haya escrito jamás una palabra en este sentido, un rígido código reglamentario del acto.
La parranda es, en este caso, un homenaje a la música y a la amistad; el acordeonero, el guacharaquero y el cajero lo entienden así, por eso en aquel momento le imprimen reverencia y máxima consagración a su oficio; saben que cada movimiento de sus dedos se está observando y valorando; que cada emanación de su sapiencia cala muy adentro en el corazón de sus asistentes. El acordeonero, más que en un músico, se convierte en aquel momento en un filósofo cuyo discurso, en un finísimo lenguaje del espíritu, cultiva, engendra o magnifica los sentimientos de quienes, silenciosos y sentados en circunferencia, evocan, por este medio tan eficaz, la grandeza de su estirpe, al tiempo que las notas musicales se desgajan sobre ellos como un manantial de recuerdos, principios y emociones que conforman la esencia de un vivir que bien podría ser descrito mediante un pentagrama.
Quien quiera tener contacto con la verdad cultural Vallenata, debe asistir a una parranda.
Fuente: Cultura Vallenata, Origen, Teoría y Pruebas. Tomas Darío Gutiérrez Hinojosa